Vida y anécdotas de San Felipe Neri

Javier Pablo Olivera Ravasi

Prólogo

¡Una nueva vida de santos! Y sí, porque son los santos los que nos muestran el camino, son los santos los que nos animan y son ellos quienes nos acusan…

San Felipe Neri… ¡qué poco lo conocemos! Y sin embargo, ha sido uno de los más grandes santos de la Iglesia en aquella convulsionada época de la Contrarreforma católica. Eran tiempos difíciles para nuestra Madre la Iglesia; eran tiempos en que la filosofía del Evangelio ya no gobernaba todos los estados y cuando la misma doctrina evangélica no fluía en las venas de muchos de sus miembros. Había dos alternativas: “pegar el portazo” y comenzar a criticar a la Iglesia desde la vereda de enfrente, o comenzar la reforma desde su interior. La primera fue la respuesta de Lutero y compañía; y a la enfermedad, en vez de aplicarle un remedio, se la quiso curar con el veneno de la herejía. Había una segunda manera de responder y fue la de los grandes santos como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Isidro y Francisco Javier, que no por casualidad fueron canonizados en la misma ceremonia.

Allí encontramos la extraordinaria vida de San Felipe Neri: un hombre que, como todos los santos, mostró una de las tantas caras de Dios. Porque si hay una característica que puede destacarse a lo largo de su vida es que supo que esta vida es una simple escena que pasa (cfr. 1 Cor 7,31).

Pero: ¿en qué faceta pudo haberse destacado más este hombre, que no fue un penitente, no se privaba del vino ni de los juegos, no dejaba de cantar y aborrecía las caras largas y tristes? Creo que en la alegría de Dios, “alegría de nuestra juventud” (Ps. 42). San Felipe sabía reírse de sí mismo y sabía corregir con la risa, sabía ver la comedia en la tragedia, cosa que hoy hemos perdido porque el mundo en el que vivimos se ha olvidado de Dios y del humor de Dios.

Un gran obispo norteamericano, Mons. Fulton Sheen, decía que “los ateos se toman demasiado en serio esta vida porque piensan que es la única que tienen”; y es cierto. Por eso la angustia permanente del hombre moderno, disfrazada de estrés o de neurosis, fenómenos consecuencia de una visión inmanentista, o sea materialista, del hombre y su naturaleza, que no basta, no alcanza para proporcionar felicidad y justicia. Este inmanentismo hasta ahora va ganando.

La naturaleza religiosa del hombre no se puede extirpar o eliminar: está en su propio ser. Por tal razón el modernismo inmanentista, que se manifiesta en el hedonismo y el cientificismo, desaparecerá, como lo señaló un pensador francés, André Malraux –nada católico, pero cuya cultura le permitía oler la historia- al afirmar que “el siglo XXI será religioso”.

Y San Felipe Neri se tomó la vida tan en serio que muchos consideraban que era en broma, porque cada día y en cada momento se reía de sí mismo y de aquellos que solemnes, carilargos y formales en lo secundario no eran sino exponentes del puritanismo protestante, aunque se dijesen o creyesen católicos.

Este libro está escrito a modo de una sucesión de instantáneas que ilustran sobre cómo debe administrar un católico su vida (y por ende su alegría). Pensado inicialmente para los más jóvenes, también los adultos encontrarán en él observaciones y criterios para una mejor comprensión del ser humano. Del ser humano que, habiendo tomado conciencia de la “levedad del ser”, busca la virtud a los ojos de Dios y no de los hombres, persiguiendo la perfección que el Señor nos indicara:

“Sed perfectos como vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5,48).

Mons. Víctor A. Sequeiros, IVE


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