Javier Echevarría Rodríguez
PRESENTACIÓN
Hace cinco años, el Papa Juan Pablo II dispuso la celebración de un Año de la Eucaristía en la Iglesia universal. Su finalidad, además de honrar al Santísimo Sacramento, era preparar el desarrollo de la sesión ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se reuniría en Roma durante el mes de octubre de 2005 para profundizar en el Misterio eucarístico. La convocatoria seguía a la publicación de la Ecclesia de Eucharistia (17-IV-2003), última carta encíclica de aquel gran Pontífice y Siervo de Dios. Para ayudar a la celebración del Año de la Eucaristía, Juan Pablo II publicó también la carta apostólica Mane nobiscum (7-X-2004), en la que, tras recordar que «es necesario que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana y que en cada comunidad se haga lo posible por celebrarla decorosamente, según las normas establecidas», añadía: «Los Pastores deben dedicarse a la catequesis «mistagógica», tan valorada por los Padres de la Iglesia, la cual ayuda a descubrir el sentido de los gestos y palabras de la Liturgia, orientando a los fieles a pasar de los signos al misterio y a centrar en él toda su vida».
Correspondió a su Sucesor presidir y clausurar el Sínodo, así como concluir el Año de la Eucaristía, que tantos frutos produjo en la vida de la Iglesia. Desde los primeros momentos de su elevación a la cátedra de San Pedro, Benedicto XVI manifestó un particular empeño en otorgar a la celebración eucarística, en todas sus formas, el máximo esplendor posible. Ya al día siguiente de su elección, en el primer mensaje dirigido a la Iglesia, declaraba: «Mi pontificado inicia, de manera particularmente significativa, mientras la Iglesia vive el Año especial dedicado a la Eucaristía. ¿Cómo no percibir en esta coincidencia providencial un elemento que debe caracterizar el ministerio al que he sido llamado? La Eucaristía, corazón de la vida cristiana y manantial de la misión evangelizadora de la Iglesia, no puede menos de constituir siempre el centro y la fuente del servicio petrino que me ha sido confiado.
»La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando a nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con Él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y de testimonio del Evangelio, y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños.
»Por tanto, en este año se deberá celebrar de un modo singular la solemnidad del Corpus Christi. Además, en agosto, la Eucaristía será el centro de la Jornada mundial de la juventud en Colonia y, en octubre, de la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, cuyo tema será: “La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”. Pido a todos que, en los próximos meses, intensifiquen su amor y su devoción a Jesús Eucaristía y que expresen con valentía y claridad su fe en la presencia real del Señor, sobre todo con celebraciones solemnes y correctas.
»Se lo pido de manera especial a los sacerdotes, en los que pienso en este momento con gran afecto. El sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto con la Eucaristía, como tantas veces subrayó mi venerado predecesor Juan Pablo II. “La existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, forma eucarística”, escribió en su última Carta con ocasión del Jueves Santo (n. 1). A este objetivo contribuye mucho, ante todo, la devota celebración diaria del Sacrificio eucarístico, centro de la vida y de la misión de todo sacerdote».